A menudo entramos en discusiones con las personas que tenemos alrededor, curiosamente que es con los seres queridos más cercanos donde más solemos hacerlo, claro. Y lo sabemos: entrar es fácil, pero a veces salir se hace casi imposible. Somos seres emocionales, nos enojamos, podemos ser impulsivos y bueno: somos humanos.

 

De todas maneras considero que ser adultos es poder aprender a tener cierto control sobre ese mundo de impulsos y emociones. Porque quedarse demasiado tiempo en esos lugares de pelea erosiona y lastima los vínculos, y ni hablar cuando las discusiones se hacen algo crónico y constante.

 

Por eso yo les propongo que hagan un aprendizaje, que se corran de ese lugar de ganar las pulseadas con ese otro que tienen enfrente ¿Cómo? En principio poniendo un valor que esté por sobre el orgullo que a veces se desata en las discusiones. Ese valor pueden ser los hijos, los proyectos en común, la historia de ese vínculo. Lo que sea, siempre podemos encontrar algo que nos saque de la lógica de “él o yo”.  Es más importante conservar los vínculos que ganar batallas. El orgullo destruye las relaciones humanas, bajar sus niveles nos hace más sabios, nos empuja a aprendizajes y nos hace vivir mucho mejor.